Mientras suenan disparos en la lejanía, se escuchan las
risas de los ebrios que apenas arriban a sus casas en la madrugada.
La ciudad inicia su despertar cotidiano (4:30 am) los
trabajadores se alistan para desplazarse a sus lugares de labor, en tanto otros
apenas regresan a sus moradas tras una noche de copas, llegan haciendo alharaca,
riendo a carcajadas, perturbando el silencio momentáneo de las armas.
Y, de pronto, de improviso, ¡cataplúm! estalla la atronadora música de un
equipo de sonido (reggaetón) mientras el cielo es surcado por algún avión
perdido cuyas turbinas opacan por momentos las atronadoras risas que suben de
volumen por encima de la música.
“Que te ‘vayás’ perra que te están esperando” – risas –
voces revueltas que no se distinguen las unas de las otras; alegría
inconsciente aquí, muerte allá.
No dejan dormir, pero nadie se atreve a callarlos o a
reclamar.
“Es mejor evitar problemas, esa gente está borracha – me dice
– no se sabe como reaccionan”.
¿La Policía? ¡que miedo! – ellos son…
“Déjelos quietos que enseguida se duermen, no se haga matar
por pendejadas”.
Pero no, ahora discuten, hablan de primos, se piden disculpas,
se escuchan sus voces estentóreas…
De pronto, todo se calma, el silencio, bendito silencio… y
de nuevo, en la lejanía, los disparos que ya son compañía cotidiana…
Ahora, en la cercanía, los trinos de los pájaros que saludan
la mañana… ha iniciado un nuevo día.